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Síndrome del Miembro Fantasma
Se denomina Síndrome del miembro fantasma al cuadro de sensaciones, dolor, picor, disestesias, sensación térmica, que sienten algunas personas en un miembro amputado, que persiste pese a no tenerlo.
Es un cuadro complejo que refieren casi dos tercios de las personas amputadas. El dolor es intenso y la sensación se hace tan insoportable que muchos de los pacientes piensen en el suicidio ante la terrible experiencia.
Su fisiopatología se basa en la persistencia de áreas cerebrales dedicadas a ese miembro que no reciben la respuesta del miembro y generan una descarga espontánea que contamina otras percepciones y se cronifica. Es decir, la patología del miembro fantasma no radica en los nervios periféricos del miembro afectado, sino en su proyección cortical.
De ahí que las medidas periféricas sobre nervios o muñones no generen la eficacia deseada (mucho menos los tratamientos quirúrgicos neurolíticos usados en el pasado). El problema depende de la plasticidad neuronal y la solución debe plantearse en esos términos.
Aunque el concepto de fantasmas sensoriales ha sido atribuido a Ambroise Paré en el siglo XVI, fue un médico norteamericano llamado
Silas Weir Mitchel quien realizó la primera descripción científica rigurosa.
Weir Mitchell ejercía la medicina en el
Hospital Lane, en Filadelfia, y se le considera el fundador de la Neurología americana, con más de ciento cincuenta publicaciones, muchas de ellas basadas en lo que vio en los soldados heridos de la Guerra Civil norteamericana.
Después de la batalla de Gettysburg, muchos excombatientes fueron llevados a Mitchell para su tratamiento. Aquel hospital de Filadelfia recibió tantos amputados, que los soldados le llamaban coloquialmente “Hospital del Muñón”.
Las descripciones de los pacientes tras las amputaciones no eran nuevas, sin embargo, Mitchell anotó que, de 90 amputados que había tratado, 86 habían desarrollado“fantasmas sensoriales” tras la amputación de un miembro. Describió múltiples variantes de las sensaciones complejas de los pacientes, asociadas a dolor y otras solo de percepción anómala, pero continua de la presencia del miembro, encogido, caliente, incómodo.
Mitchell describía: “Solo un 5% de los hombres que sufrieron una amputación nunca tuvieron la sensación de que esa parte de su cuerpo estaba todavía presente. Del resto, hubo unos pocos que al cierto tiempo llegaron a olvidar el miembro perdido, mientras que el resto mantenía una sensación de su existencia que era más vívida, definida e intrusiva que la de su miembro adjunto realmente vivo”.
El interés de Mitchell por los amputados quizá dependiera de su relación con otro testigo de la guerra. Se llamaba Walt Whitman. En el invierno de 1862, en el momento más sangriento de la Guerra, Whitman viajó a Virginia en busca de su hermano, que había sido herido en la batalla de Fredericksburg. Pasó tres años colaborando en la asistencia de los heridos, cosiendo heridas, alimentándoles y consolándoles o acompañándoles con la lectura de sus poesías.
Whitman comentaba cómo algunos soldados hablaban de los fantasmas de su propia carne que les perseguían volviendo de la muerte para atormentarles. Weir Mitchell y Whitman se conocieron, entablaron amistad y mantuvieron relación durante casi toda la vida. No podemos afirmar si esta relación tuvo que ver con la descripción de los cuadros de miembro fantasma, aunque en composiciones como “Drume taps” se describe el horror de aquellos hechos.
Pese a todo, años antes, Herman Melville escribió su gran obra,
Moby-Dick.
Al capitán Ahab, le faltaba una pierna, que precisamente se había comido la ballena blanca.
En el capítulo 108, Ahab llama al carpintero del barco para que le haga una nueva pierna ortopédica y describe que todavía siente su pierna amputada “invisibly and uninterpenetratingly”. Su pierna amputada es como un “falsario, un maniquí”. Ahab le espeta“¡Mira, pon tu pierna viva aquí en el lugar donde estaba la mía!; así, ahora, hay solo una pierna clara para el ojo, pero hay dos para el alma”. Actualmente, se enseña a la gente a recondicionar el cerebro usando un juego de espejos.
Los pacientes ponen a un lado su miembro normal y en el espejo ven el reflejo del miembro existente como si fuera el miembro perdido, como si hubiera vuelto, entonces les pide que piensen que ordenan un movimiento a su miembro desaparecido y que ejecuten lo mismo en su miembro sano.
Nuestra paciente, Amparo, tenía 56 años cuando sufrió la amputación del brazo derecho en un accidente de tráfico. Múltiples operaciones reconstructivas después, y tras ocho años de evolución, acudió a nuestra unidad del dolor. Ya había recibido tratamiento para el dolor y su muñón había sido revisado dos veces por los cirujanos. Comenzamos tratamiento con gabapentina y amitriptilina sin obtener resultado pese a usar dosis de hasta 1800 de gabapentina y 75 de amitriptilina.
Decidimos iniciar un ciclo de anestésicos locales intravenosos que condujo a un alivio notable a partir de la séptima sesión, con 7mg kilo de lidocaína, completamos el ciclo hasta diez sesiones y mantuvimos la gabapentina a 1800 al día.
Una reaparición de síntomas nos hizo introducir la oxicodona a dosis de 20 mg cada 12h. Tres semanas después, pasamos a 40 cada 12h controlándose el cuadro y manteniéndose sin dolor desde entonces hasta la fecha, tres años después. El dolor, y sobre todo la sensación, no han desaparecido del todo, pese a la terapia de condicionamiento sensorial con espejos y la oxicodona, pero el cuadro se hizo tolerable mejorando su calidad de vida y su autoestima.